lunes, 27 de enero de 2014

Tras las huellas de Hemingway por Madrid

Madrid cautiva, no hay duda alguna. Son muchas las personas, conocidas y anónimas, que a lo largo de la historia se han dejado seducir por los embrujos de la capital y han terminado sucumbiendo a sus encantos. Uno de los grandes conocedores de los secretos de la Villa y Corte fue Hemingway. Hemos hecho un recorrido por Madrid siguiendo las huellas que en la vida y en la obra del genial escritor ha dejado la ciudad, que nos sirve como disculpa para pedalear y para conocer un poco mejor la capital.

El premio Nobel norteamericano fue uno de los enamorados confesos de la capital de España, a la que llamaba “the most Spanish of all cities” y de cuya admiración dejó constancia en múltiples escritos. Un relato corto que tiene lugar en Madrid se titula The Capital of the World. En Muerte en la tarde, un canto de su gran atracción por la fiesta de los toros deja ver abiertamente su pasión por la capital: "cuando se conoce Madrid es la ciudad más española de todas, la más agradable para vivir, la de la gente más simpática". "Sólo en Madrid se encuentra la esencia".

El escritor visitó varias veces nuestro país. Las primeras lo hizo en los años veinte en compañía de su familia. Después, su carácter aventurero y su pasión por el riesgo le trajeron nuevamente a Madrid, como corresponsal durante la guerra civil. Años después confesaría que "fue la etapa más feliz de mi  vida. Cuando la gente moría parecía que su muerte tenía importancia y justificación". En el año 38, cuando cruzó la frontera de los Pirineos, lo hizo convencido de que no iba a volver y juró que no lo haría hasta que no quedase ningún republicano en la cárcel. Lo hizo en el año 53, tras echar en falta el contacto con la fiesta taurina y sus amigos toreros.

Ponemos rumbo en primer lugar al Paseo del Pintor Rosales. En el número 14 había durante la guerra civil una casa en ruinas. No era de extrañar porque el barrio de Argüelles, de Princesa a Rosales, fue duramente castigado ya que en esta zona se encontraba el frente.  Delante del edificio estaba el Cuartel de la Montaña, donde se había iniciado la sublevación. En Lanscape with figures, un relato ambientado en el Madrid de la guerra civil, se habla de este edificio con la escalera destrozada y el portal hecho añicos. Asimismo, cuando Hemingway colaboró como guionista en el rodaje de The spanish earth propuso que se rodase en este edificio bombardeado y en el documental aparece en varias escenas.

Nos dirigimos hacia la plaza de España y de allí a la Gran Vía. Al llegar a la plaza del Callao nos detenemos en el número 2, Aquí, donde actualmente se encuentra El Corte Inglés, estuvo hasta los años sesenta el famoso Hotel Florida, un lugar al que Hemingway se refiere en repetidas ocasiones porque era uno de sus alojamientos habituales y en él se reunían los corresponsales extranjeros destacados en Madrid. Fue objeto de múltiples bombardeos durante la guerra. En uno de los treinta que recibió durante la contienda fue alcanzada la caldera. Una gran humareda cubría el interior del edificio. Los huéspedes corrían despavoridos. De la misma habitación salieron semidesnudos Ernest Hemingway y Martha Gellhorn, su amante secreta de entonces y posteriormente su tercera esposa, una de las primeras mujeres corresponsal de guerra que sitúa en el Hotel Florida muchas de sus desgarradas crónicas.

Hemingway eligió el hotel Florida como escenario central de La quinta columna, la única pieza teatral que escribió. La puerta de mi cuarto está abierta, se escucha el tiroteo del frente a unas cuantas manzanas del hotel. Tiros de fusil toda la noche. Tabletea la ametralladora. Es una suerte estar tumbado en la cama en lugar de Carabanchel o la ciudad universitaria. Así escribía Hemingway, desde su habitación del Hotel Florida, una noche de bombardeos. Dicen los cronistas que fue famosa la enorme reserva de comida y whisky que Hemingway almacenaba en su habitación, la 109, así como la bronca que montó cuando le desapareció la mermelada de su armario. 

Salimos de la plaza del Callao por la calle Preciados hacia Santo Domingo. Un pequeño callejón que sale a la izquierda se llama calle de la Ternera. En los bajos del número 6, que es la casa en la que vivió hasta el 2 de mayo de 1808 el capitán Daoiz, se encontraba el famoso restaurante El Callejón, al que asiduamente acudían a comer Ernest Hemingway y su cuarta esposa Mary Welsh durante sus visitas a Madrid. De la gran calidad de la comida dejó constancia el escritor en un artículo publicado en Life. No tuvo reparos en calificarla como "la mejor comida de la ciudad", a la vez que alababa las jarras de Valdepeñas que servían.

Bajamos hacia la calle Arenal y por Hileras llegamos a Mayor. En Cuchilleros 17 está otro de los lugares que tienen gran relación con el premio Nobel de Literatura. Es el restaurante Botín. El escritor era un cliente incondicional del local y un gran amigo del Emilio, abuelo del actual propietario. En cierta ocasión le propuso que le enseñase a preparar la paella aunque, después de varios intentos desistió diciendo que "sería mejor que me siguiese dedicando a la escritura". En ese tratado de tauromaquia que se tituló Muerte en la tarde dice: "pero, entretanto, prefería cenar cochinillo en Botín, en lugar de sentarme y pensar en los accidentes que pueden sufrir mis amigos". También en Fiesta, Jake Barnes, el protagonista, cita el resturante: "Almorzamos arriba en Botín. Es uno de los mejores restaurantes del mundo. Tomamos cochinillo y bebimos rioja alta. Brett no comió mucho. Ella nunca come mucho. Yo me di un atracón y me bebí tres botellas de rioja". 

Desde allí, subiendo por la calle Colegiata y atravesando Tirso de Molina, llegamos rápidamente a la plaza de Santa Ana, en cuyo número 6 se encuentra otro de los sitios frecuentados por Hemingway, la cervecería Alemana. Era uno de sus lugares favoritos y en Un verano peligroso publicado por Life habla de él como un lugar ideal para tomarse una cerveza o un café. Al lado, en la calle Príncipe, había otro bar ya desaparecido, del que Hemingway era también cliente regular. Era el bar Álvarez.

En las inmediaciones hay varios establecimientos hoteleros utilizados con frecuencia por el escritor norteamericano en diferentes épocas. Si salimos de la plaza de Santa Ana por la calle Núñez de Arce, llegamos rápidamente al primero de ellos. En el primer piso del número 2 de la calle Victoria se encuentra el hostal Biarritz en cuya habitación número 7, según su biógrafo Carlos Baker, utilizó el escritor en alguno de sus primeros viajes. Posiblemente el Nobel eligió este hostal porque la calle es una de las más taurinas de Madrid, en la que estaban los despachos de venta de entradas y abonos para las corridas. Otro de los establecimientos hoteleros en el que instaló su cuartel general con su familia fue el hostal Aguilar, en la Carrera de San Jerónimo 32, que todavía existe hoy en día. La habitación número 7 fue la que utilizó durante su primera estancia en Madrid. Dicen que lo que más la atraía del hostal era su ubicación, próxima al Museo del Prado, al que acudía con frecuencia, y su precio, 10 pesetas por noche.

Cruzando la calle Cedaceros tomamos la calle Clavel para desembocar en la Gran Vía, prácticamente a la altura del número 25, donde se encuentra el Hotel Gran Vía, otro de los frecuentados por el escritor, requisado pro los mandos republicanos y desde el que escribió muchas de sus crónicas. Una placa en la puerta recuerda el paso del Nobel por sus dependencias. En The nigth before battle, Hemingway habla del hotel ("el lugar siempre me ponía furioso") y también en su única obra teatral, La quinta columna, menciona en varias ocasiones el restaurante del hotel. En el comedor de la segunda planta se muestran varias fotos del escritor.

Un poco más abajo, en el número 12 de la Gran Vía, otro de los sitios favoritos del escritor estadounidense, Chicote (hoy Museo Chicote), centro de reunión de artistas, intelectuales y corresponsales extranjeros, al que acudía con frecuencia a apagar los sinsabores que le embargaban como reportero de la guerra civil. Unos sacos terreros cubrían los anchos ventanales de Chicote dejando un pequeño resquicio para la puerta. Hemingway llegaba allí desde el Hotel Florida, pegado a las aceras para evitar riesgos. En su relato La denuncia utiliza el bar como símbolo del afecto por España que aglutinaba a los clientes. Una de las escenas de su obra teatral La quinta columna se desarrolla en este legendario local, en el que dice "los hombres podían tomar una copa y conversar sin ser molestados". Hemingway comentaba que le gustaba el establecimiento porque "los camareros son expertos en guardar secretos, auténticos especialistas en escuchar confesiones y no soltar ni prenda, en aguantar borracheras sin que trascienda el más mínimo detalle de lo ocurrido".

En sus visitas durante los años cincuenta el escritor se alojó en el Hotel Palace. Este centenario hotel (plaza de las Cortes, 7) junto con el hotel Suecia (Marqués de Casa Riera, 4) fueron frecuentados por el escritor en sus últimas visitas. Le gustaba especialmente el bar del Palace. El protagonista de Fiesta, Jake Barnes dice en la escena final a su compañera, Brett Ashley, cuando llegan al bar del Palace que "no hay nada comparable a la maravillosa gentileza con la que te atienden en el bar de un gran hotel." El hotel Suecia, cerrado en 2006, fue su último alojamiento en Madrid. Se había encerrado en su habitación y tuvieron que sacarle engañado y a la fuerza para meterlo en un vuelo nocturno y llevárselo a Estados Unidos. Ingresó en una clínica y un año después, muy deteriorado, se suicidó.

Dejamos la plaza de las Cortes y subiendo por la calle Felipe IV dejamos a la derecha el Museo del Prado. Hemingway, gran aficionado a la pintura, lo visitó en múltiples ocasiones. Estaba orgulloso de que el gobierno republicano hubiese decidido que las valiosas de El Prado se trasladasen a Valencia para ponerlas a salvo de los bombardeos que sufría Madrid. Es conocida la pasión del escritor por la pintura y célebre el episodio del cuadro de Miró La granja o La Masía, que el escritor compró haciendo una colecta entre los amigos de la Generación Perdida en París, después de jugarse la compra con otro de sus amigos, Evan Shipman. El cuadro le acompañó en todos sus desplazamientos por el mundo. Cada vez que Hemingway tenía que mudarse de domicilio lo primero que empacaba era La Granja, cuadro que adoraba y que fue con él a todas partes, desde París a Chicago, pasando por Key West o La Habana. Solía decir que "lo que hizo Miró en ese lienzo, es todo lo que se puede sentir de España cuando se está allí, y todo lo que se siente cuando se está ausente".

Subiendo esa pequeña cuesta hacia el Retiro, a la izquierda nos tropezamos con la calle Felipe XI en cuyo número 3 encontramos convertido en una moderna vivienda lo que antaño fue el Hotel Gaylords, conocido como el "hotel de los rusos" porque en él se daban cita los corresponsales, militares y espías de aquel país. En este hotel, no demasiado grande pero muy frecuentado, escribió Martha Gellhorn alguna de sus crónicas y en él hizo Hemingway que se alojase Robert Jordan, el voluntario norteamericano de ¿Por quién doblan las campanas? durante tres días que tuvo de permiso y que, en principio, no le gustaba porque le parecía muy lujoso: "Demasiado bueno para una ciudad sitiada". Sin embargo, asume que es el único lugar en el que puede enterarse de lo que pasa en realidad: "Hay muchas cosas que necesito saber, para lo cual no tengo más remedio que ir al Gaylords".

Continuamos por la calle Alcalá en paralelo al Parque del Retiro, al que también hace referencia indirecta Hemingway por medio de las ensoñaciones de Robert Jordan, el protagonista de la novela ¿Por quién doblan las campanas?, hasta la calle Velázquez. En la acera de la izquierda, en el número 63, se encontraba durante la guerra civil el Cuartel General de las Brigadas Internacionales, las unidades militares de voluntarios extranjeros que participaron en la guerra civil junto al ejército de la república. Robert Jordan, personaje central de  ¿Por quién doblan las campanas? es uno de los brigadistas que se acomoda en este cuartel.

Para terminar el recorrido, es obligatorio pasarse por la Plaza de Toros de las Ventas. De todos es conocida la afición del premio Nobel por la fiesta de los toros desde su primer viaje a España en 1923 para asistir a los sanfermines en compañía de su primera esposa, Hadley Ricchardson. Este espectáculo de valor y riesgo tocó en lo más hondo de las emociones del escritor y generó muchos de sus textos. En Las Ventas encontraba otra forma de disfrutar de la vida con una de sus grandes pasiones. Ernest, un hombre obsesionado con la muerte y que tenía en la caza una de sus mayores aficiones, veía en los toros la lucha suprema entre el hombre y el animal, entre la vida y la muerte. En 1959 volvió a España para levantar acta de la rivalidad entre Antonio Ordoñez y Luis Miguel Dominguín, los protagonistas del duelo taurino sobre el que tenía que escribir el premio Nobel por encargo de la revista Life. Con mil achaques, consecuencia de su frenesí gastronómico de ferias, mujeres y whisky, le sacaron engañado de Madrid a fin de que se pudiese suicidar en Idaho con tiempo suficiente para ser enterrado el día de San Fermín.

martes, 10 de diciembre de 2013

Los diez establecimientos más antiguos (y 10). Antigua Pastelería del Pozo


En esta ocasión nos vamos a acercar al último punto de nuestros paseos bicicleteros en busca de los diez establecimientos más antiguos de la capital. Está también muy céntrico y vale la pena conocerlo. En las inmediaciones de la carrera de San Jerónimo, entre las calles Victoria y de la Cruz, está la calle del Pozo, en cuyo número 8 se encuentra la Antigua Pastelería del Pozo, que presume con orgullo de seguir haciendo los mejores hojaldres, rellenos de crema y cabello de ángel. Es una pastelería con solera y un local digno de admirarse. 

Lo que verdaderamente le ha dado fama al establecimiento son los roscones de Reyes (siempre sin relleno y sin fruta escarchada), que hace tiempo han dejado de ser exclusivos de las Navidades y se elaboran todo el año, así como los turrones y el pan de Cádiz, pero sin duda lo más codiciado del establecimiento (por su calidad y porque sólo se vende durante tres semanas en el año) son los buñuelos de viento, que los hay de café, de crema pastelera, batata, cabello de ángel y (la estrella de todos) los de crema chantilly. 

Fundada en 1830 por la familia Agudo con el nombre de Horno de calle del Pozo, es una de las mejores, tradicionales y artesanas pastelerías de Madrid. El local ha sido objeto de varias reformas, pero se ha conservado el mobiliario original, con un mostrador de mármol y madera, máquina registradora antigua y una balanza clásica de dos platos.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Los diez establecimientos más antiguos (9). Casa Alberto


Pedaleando desde el paseo del Prado, desde Antón Martín o desde la plaza de Santa Ana, nos acercamos en un momento a la calle Huertas, por la que nos movemos hasta encontrarnos en el número 18 con Casa Alberto. Esta taberna histórica fue inaugurada en el año 1827 y en este mismo edificio vivió Miguel de Cervantes y remató alguna de sus grandes obras. Según parece, Viaje al Parnaso y la segunda parte de El Quijote vieron la luz aquí. Hay que imaginar a los ciudadanos de la villa, en tiempos de Fernando VII, acercándose a Casa Alberto a tomar un chato de vino con un huevo duro y un trozo de bacalao. En la actualidad acuden a degustar platos típicos, como las manitas de cordero, las croquetas, las judías con chorizo, el bacalao, los callos a la madrileña o el rabo de toro estofado, que tiene fama de ser uno de los mejores de Madrid. 

Hace dos décadas su actual propietario la restauró y remodeló con acierto. El local rezuma tradición por los cuatro costados, desde la portada en madera pintada de rojo o el impresionante mostrador con pila de estaño, hasta la llamativa grifería de cinco caños, pasando por la hermosa barra de ónice y madera, única en su género, la caja registradora, el manómetro de fabricación de agua de Seltz, las columnas de forja o unas taquillas donde se vendían entradas para la clá del Teatro Español, el juego de medidas de estaño, las mesitas redondas con taburetes o los anaqueles y el zócalo de madera. En su momento, fue sede de una importante tertulia taurina, a la que acudían toreros, picadores, banderilleros y aficionados al mundo del toro. La pasión taurina sigue presente en las paredes del local, que se adornan  con un sinfín de fotografías de ilustres clientes, como Ava Gardner o Joaquín Sabina.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Los diez establecimientos más antiguos (8). Farmacia Puerto


En esta ocasión vamos a acercarnos a la madrileña plaza de San Ildefonso, en pleno barrio de Malasaña. Por cierto, en el número 9 hay un local especial para los ciclistas, se llama La Bicicleta Cycling Café & Workplace, un lugar de encuentro en el que se concentran la pasión por las bicis, el arte y el café a partes iguales. Pero nosotros vamos al número 4, donde se encuentra la farmacia Puertouna de las más bonitas y antiguas de Madrid. Ya hay noticias de una botica instalada en el mismo lugar de esta plaza en el año 1654 (en ese momento es cuando Felipe IV concede la categoría de “Arte científico en todo por igual a la medicina” a las farmacias), pero se da como fecha de fundación la de 1798, porque la casa original fue demolida en ese año para construir el actual edificio, volviéndose a instalar la farmacia en él. Vale la pena acercarse y entrar. 


El nombre se lo debe al burgalés Antígono Puerto, un boticario entusiasta que se hizo cargo de la farmacia a principios del siglo XX y que ha dejado contrastadas huellas de su actividad. En 1914 registra un producto químico de su invención para la caída del cabello, un purgante, el callicida Ungüento Mágico, el anticatarral Puerto, el antihemorroidal Puerto y la crema Venus contra granos y arrugas. Se ha perdido la fachada original y la actual está machacada por los grafiteros. Por suerte, el local aún conserva en su interior todo su sabor clásico y muchos de los antiguos frascos de cristal (botamen), con sus correspondientes etiquetas identificativas e ingredientes. Todavía hoy, en la puerta de madera, llama la atención un medallón circular con unas iniciales (HL, FCC ó FLL), que no se ha descifrado hasta el momento. 

Los diez establecimientos más antiguos (6 y 7). El Botijo y Farmacia Deleuze



Continuamos la búsqueda en bicicleta de los establecimientos más antiguos de la capital. Cerca de la plaza Mayor, bajando por la calle Toledo, en el número 35, está ubicado otro con solera, El Botijo, aunque por desgracia, del antiguo local inaugurado en 1754, no queda prácticamente nada. Este establecimiento ya estaba aquí antes de que comenzase a reinar Carlos III, lo cual quiere decir que estaba vivo antes de que naciese la Cibeles o que se construyera la Puerta de Alcalá. Casi nada. Mencionado en varios de los Episodios Nacionales de Galdós, en sus orígenes comienza siendo una guarnicionería  en la que se podían encontrar mimbres, sillas, bastones, botería, alpargatas, cordelería, rafia, fuelles, almadreñas, pólvora o cohetes. Posteriormente se vendían juguetes, pintura y artículos de droguería, que es fundamentalmente a lo que hoy se dedica. De esta tienda legendaria queda su botijo a la entrada y un cartel con el año de su apertura. 

La farmacia Deleuze sigue siendo en la actualidad una auténtica joya, una maravilla de establecimiento que mantiene todo su esplendor y aguanta con orgullo el paso de los años. Situada desde el año 1780 en la calle San Bernardo 39, fue abierta en su día con la denominación de Botica de San Bernardo. Al entrar en la farmacia nos podemos imaginar en el siglo XVIII la rebotica de este local llena de hombres de ciencia mezclando hierbas y ungüentos. En su anterior llama poderosamente la atención su original decoración barroca que nos recuerda más a alguna dependencia palaciega que a una botica. Por suerte conserva todavía tarros originales y botamen procedentes de la Fábrica del Buen Retiro. 
Su primer farmacéutico conocido es Baltasar de Riego, pintor además de farmacéutico y primo del famoso general Riego. Aquí se reunían escritores como Espronceda y Ventura de la Vega. En 1861, la heredó Juan Chicote quien se encargó de organizar tertulias en la rebotica, a las que asistían desde médicos como Méndez Alvaro y Federico Rubio, a políticos como Castelar, Cristino Martos o Pi y Margall. En 1948 pasó a manos de la familia Deleuze.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Los diez establecimientos más antiguos (5). Restaurante Botín

Es posible que ocupe el número 5 por orden de antigüedad, pero es uno de los restaurantes más tentadores de la capital, uno de esos sitios cuyas interioridades todo el mundo quiere descubrir en algún momento por su merecida fama.

Si no fuésemos en bici, bajando por el arco de Cuchilleros, lo encontraríamos de inmediato. Si llegamos en bici a la plaza Mayor, saliendo por el arco de la calle Toledo, tomamos la primera a la derecha, que es la calle Zaragoza. Unos metros más adelante desembocamos en la plaza de Puerta Cerrada y allí giramos nuevamente a la derecha para encontrarnos en el número 17 de la calle Cuchilleros con uno de los restaurantes más laureados del mundo, el restaurante Sobrino de Botín.

Este establecimiento data de 1725, cuando un cocinero francés, Jean Botin, y su esposa asturiana, abren en este local una casa de comidas. Hoy se dice que es el restaurante más antiguo del mundo y así lo atestigua el documento que exhibe en su fachada, que lo acredita como tal en el libro Guiness. Tiene muchos otros merecimientos, además de una excelente comida. La revista Forbes lo sitúa en tercer lugar entre los restaurantes clásicos del mundo y, según se cuenta y parece demostrado, aquí trabajó como limpiaplatos un joven llamado Francisco de Goya. En Botín siempre se ha reivindicado la tradición de los asados castellanos, siendo el cochinillo (de Segovia y Ávila) y el cordero (de Aranda) los platos más solicitados, que se siguen haciendo hoy en día en el mismo horno moruno con leña de encina, como en 1725. Cuando el matrimonio fallece, se hace cargo del negocio un sobrino de la esposa de Botin. Y sigue hasta nuestros días en manos de la familia.

Con esta larga trayectoria, el lugar ha merecido la atención de ilustres escritores. El norteamericano Ernest Hemingway fue uno de sus fieles clientes y lo menciona en Muerte en la tarde y en Fiesta. Lo mismo hicieron otros escritores anglosajones, como John Dos Passos, Scott Fitzgerald, Graham Greene o Frederick Forsyth, y también españoles, como Benito Pérez Galdós, Indalecio Prieto, Ramón Gómez de la Serna o Carlos Arniches. 

De su amplia y acreditada carta destacan la ensalada Botín, la sopa de ajo, el revuelto de la casa, las almejas, los chipirones en su tinta y, sobre el resto, el cochinillo o el cordero asado. De postre, algunas especialidades madrileñas como los bartolillos, la tarta Botín, la tarta de queso con chocolate blanco o la copa Mascarpone con mango. Se acierta siempre.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Los 10 establecimientos más antiguos (4). Farmacia León

Aunque en algunos casos no resulta fácil concretar la fecha de apertura. Puede ser que el cuarto establecimiento más antiguo de Madrid se la Farmacia León, pero tal vez, realmente estaría colocado algún puesto más arriba.


En pleno Barrio de las Letras, pedaleando hacia el paseo del Prado por la calle Huertas, nos encontramos con una calle a la izquierda que es la calle León. Allí, en el número 13, justamente haciendo esquina con la calle Lope de Vega, hay otra farmacia legendaria, la Farmacia León, una botica que data del Siglo de Oro (parece acreditado que la fecha de apertura es el año 1700), cuya fachada llama la atención por las curiosas cerámicas en blanco y azul, así como por los artísticos grafitis en los cierres metálicos de las puertas. 


El establecimiento conserva su aspecto de comercio antiguo. En el interior, que luce todavía parte de la decoración del siglo XIX, se mantienen preciosos tarros de la época, aunque la mayor parte de los que había en el local se han donado al Museo de la Farmacia Hispana. Llama la atención, además, la imponente y bien cuidada caja registradora.