Madrid cautiva, no hay duda alguna. Son muchas las personas, conocidas y anónimas, que a lo largo de la historia se han dejado seducir por los embrujos de la capital y han terminado sucumbiendo a sus encantos. Uno de los grandes conocedores de los secretos de la Villa y Corte fue Hemingway. Hemos hecho un recorrido por Madrid siguiendo las huellas que en la vida y en la obra del genial escritor ha dejado la ciudad, que nos sirve como disculpa para pedalear y para conocer un poco mejor la capital.
El premio Nobel norteamericano fue uno de los enamorados confesos de la capital de España, a la que llamaba “the most Spanish of all cities” y de cuya admiración dejó constancia en múltiples escritos. Un relato corto que tiene lugar en Madrid se titula The Capital of the World. En Muerte en la tarde, un canto de su gran atracción por la fiesta de los toros deja ver abiertamente su pasión por la capital: "cuando se conoce Madrid es la ciudad más española de todas, la más agradable para vivir, la de la gente más simpática". "Sólo en Madrid se encuentra la esencia".
Nos dirigimos hacia la plaza de España y de allí a la Gran Vía. Al llegar a la plaza del Callao nos detenemos en el número 2, Aquí, donde actualmente se encuentra El Corte Inglés, estuvo hasta los años sesenta el famoso Hotel Florida, un lugar al que Hemingway se refiere en repetidas ocasiones porque era uno de sus alojamientos habituales y en él se reunían los corresponsales extranjeros destacados en Madrid. Fue objeto de múltiples bombardeos durante la guerra. En uno de los treinta que recibió durante la contienda fue alcanzada la caldera. Una gran humareda cubría el interior del edificio. Los huéspedes corrían despavoridos. De la misma habitación salieron semidesnudos Ernest Hemingway y Martha Gellhorn, su amante secreta de entonces y posteriormente su tercera esposa, una de las primeras mujeres corresponsal de guerra que sitúa en el Hotel Florida muchas de sus desgarradas crónicas.
Hemingway eligió el hotel Florida como escenario central de La quinta columna, la única pieza teatral que escribió. La puerta de mi cuarto está abierta, se escucha el tiroteo del frente a unas cuantas manzanas del hotel. Tiros de fusil toda la noche. Tabletea la ametralladora. Es una suerte estar tumbado en la cama en lugar de Carabanchel o la ciudad universitaria. Así escribía Hemingway, desde su habitación del Hotel Florida, una noche de bombardeos. Dicen los cronistas que fue famosa la enorme reserva de comida y whisky que Hemingway almacenaba en su habitación, la 109, así como la bronca que montó cuando le desapareció la mermelada de su armario.
Salimos de la plaza del Callao por la calle Preciados hacia Santo Domingo. Un pequeño callejón que sale a la izquierda se llama calle de la Ternera. En los bajos del número 6, que es la casa en la que vivió hasta el 2 de mayo de 1808 el capitán Daoiz, se encontraba el famoso restaurante El Callejón, al que asiduamente acudían a comer Ernest Hemingway y su cuarta esposa Mary Welsh durante sus visitas a Madrid. De la gran calidad de la comida dejó constancia el escritor en un artículo publicado en Life. No tuvo reparos en calificarla como "la mejor comida de la ciudad", a la vez que alababa las jarras de Valdepeñas que servían.
Bajamos hacia la calle Arenal y por Hileras llegamos a Mayor. En Cuchilleros 17 está otro de los lugares que tienen gran relación con el premio Nobel de Literatura. Es el restaurante Botín. El escritor era un cliente incondicional del local y un gran amigo del Emilio, abuelo del actual propietario. En cierta ocasión le propuso que le enseñase a preparar la paella aunque, después de varios intentos desistió diciendo que "sería mejor que me siguiese dedicando a la escritura". En ese tratado de tauromaquia que se tituló Muerte en la tarde dice: "pero, entretanto, prefería cenar cochinillo en Botín, en lugar de sentarme y pensar en los accidentes que pueden sufrir mis amigos". También en Fiesta, Jake Barnes, el protagonista, cita el resturante: "Almorzamos arriba en Botín. Es uno de los mejores restaurantes del mundo. Tomamos cochinillo y bebimos rioja alta. Brett no comió mucho. Ella nunca come mucho. Yo me di un atracón y me bebí tres botellas de rioja".
Desde allí, subiendo por la calle Colegiata y atravesando Tirso de Molina, llegamos rápidamente a la plaza de Santa Ana, en cuyo número 6 se encuentra otro de los sitios frecuentados por Hemingway, la cervecería Alemana. Era uno de sus lugares favoritos y en Un verano peligroso publicado por Life habla de él como un lugar ideal para tomarse una cerveza o un café. Al lado, en la calle Príncipe, había otro bar ya desaparecido, del que Hemingway era también cliente regular. Era el bar Álvarez.
Cruzando la calle Cedaceros tomamos la calle Clavel para desembocar en la Gran Vía, prácticamente a la altura del número 25, donde se encuentra el Hotel Gran Vía, otro de los frecuentados por el escritor, requisado pro los mandos republicanos y desde el que escribió muchas de sus crónicas. Una placa en la puerta recuerda el paso del Nobel por sus dependencias. En The nigth before battle, Hemingway habla del hotel ("el lugar siempre me ponía furioso") y también en su única obra teatral, La quinta columna, menciona en varias ocasiones el restaurante del hotel. En el comedor de la segunda planta se muestran varias fotos del escritor.
Un poco más abajo, en el número 12 de la Gran Vía, otro de los sitios favoritos del escritor estadounidense, Chicote (hoy Museo Chicote), centro de reunión de artistas, intelectuales y corresponsales extranjeros, al que acudía con frecuencia a apagar los sinsabores que le embargaban como reportero de la guerra civil. Unos sacos terreros cubrían los anchos ventanales de Chicote dejando un pequeño resquicio para la puerta. Hemingway llegaba allí desde el Hotel Florida, pegado a las aceras para evitar riesgos. En su relato La denuncia utiliza el bar como símbolo del afecto por España que aglutinaba a los clientes. Una de las escenas de su obra teatral La quinta columna se desarrolla en este legendario local, en el que dice "los hombres podían tomar una copa y conversar sin ser molestados". Hemingway comentaba que le gustaba el establecimiento porque "los camareros son expertos en guardar secretos, auténticos especialistas en escuchar confesiones y no soltar ni prenda, en aguantar borracheras sin que trascienda el más mínimo detalle de lo ocurrido".
En sus visitas durante los años cincuenta el escritor se alojó en el Hotel Palace. Este centenario hotel (plaza de las Cortes, 7) junto con el hotel Suecia (Marqués de Casa Riera, 4) fueron frecuentados por el escritor en sus últimas visitas. Le gustaba especialmente el bar del Palace. El protagonista de Fiesta, Jake Barnes dice en la escena final a su compañera, Brett Ashley, cuando llegan al bar del Palace que "no hay nada comparable a la maravillosa gentileza con la que te atienden en el bar de un gran hotel." El hotel Suecia, cerrado en 2006, fue su último alojamiento en Madrid. Se había encerrado en su habitación y tuvieron que sacarle engañado y a la fuerza para meterlo en un vuelo nocturno y llevárselo a Estados Unidos. Ingresó en una clínica y un año después, muy deteriorado, se suicidó.
Dejamos la plaza de las Cortes y subiendo por la calle Felipe IV dejamos a la derecha el Museo del Prado. Hemingway, gran aficionado a la pintura, lo visitó en múltiples ocasiones. Estaba orgulloso de que el gobierno republicano hubiese decidido que las valiosas de El Prado se trasladasen a Valencia para ponerlas a salvo de los bombardeos que sufría Madrid. Es conocida la pasión del escritor por la pintura y célebre el episodio del cuadro de Miró La granja o La Masía, que el escritor compró haciendo una colecta entre los amigos de la Generación Perdida en París, después de jugarse la compra con otro de sus amigos, Evan Shipman. El cuadro le acompañó en todos sus desplazamientos por el mundo. Cada vez que Hemingway tenía que mudarse de domicilio lo primero que empacaba era La Granja, cuadro que adoraba y que fue con él a todas partes, desde París a Chicago, pasando por Key West o La Habana. Solía decir que "lo que hizo Miró en ese lienzo, es todo lo que se puede sentir de España cuando se está allí, y todo lo que se siente cuando se está ausente".
Subiendo esa pequeña cuesta hacia el Retiro, a la izquierda nos tropezamos con la calle Felipe XI en cuyo número 3 encontramos convertido en una moderna vivienda lo que antaño fue el Hotel Gaylords, conocido como el "hotel de los rusos" porque en él se daban cita los corresponsales, militares y espías de aquel país. En este hotel, no demasiado grande pero muy frecuentado, escribió Martha Gellhorn alguna de sus crónicas y en él hizo Hemingway que se alojase Robert Jordan, el voluntario norteamericano de ¿Por quién doblan las campanas? durante tres días que tuvo de permiso y que, en principio, no le gustaba porque le parecía muy lujoso: "Demasiado bueno para una ciudad sitiada". Sin embargo, asume que es el único lugar en el que puede enterarse de lo que pasa en realidad: "Hay muchas cosas que necesito saber, para lo cual no tengo más remedio que ir al Gaylords".
Continuamos por la calle Alcalá en paralelo al Parque del Retiro, al que también hace referencia indirecta Hemingway por medio de las ensoñaciones de Robert Jordan, el protagonista de la novela ¿Por quién doblan las campanas?, hasta la calle Velázquez. En la acera de la izquierda, en el número 63, se encontraba durante la guerra civil el Cuartel General de las Brigadas Internacionales, las unidades militares de voluntarios extranjeros que participaron en la guerra civil junto al ejército de la república. Robert Jordan, personaje central de ¿Por quién doblan las campanas? es uno de los brigadistas que se acomoda en este cuartel.
Para terminar el recorrido, es obligatorio pasarse por la Plaza de Toros de las Ventas. De todos es conocida la afición del premio Nobel por la fiesta de los toros desde su primer viaje a España en 1923 para asistir a los sanfermines en compañía de su primera esposa, Hadley Ricchardson. Este espectáculo de valor y riesgo tocó en lo más hondo de las emociones del escritor y generó muchos de sus textos. En Las Ventas encontraba otra forma de disfrutar de la vida con una de sus grandes pasiones. Ernest, un hombre obsesionado con la muerte y que tenía en la caza una de sus mayores aficiones, veía en los toros la lucha suprema entre el hombre y el animal, entre la vida y la muerte. En 1959 volvió a España para levantar acta de la rivalidad entre Antonio Ordoñez y Luis Miguel Dominguín, los protagonistas del duelo taurino sobre el que tenía que escribir el premio Nobel por encargo de la revista Life. Con mil achaques, consecuencia de su frenesí gastronómico de ferias, mujeres y whisky, le sacaron engañado de Madrid a fin de que se pudiese suicidar en Idaho con tiempo suficiente para ser enterrado el día de San Fermín.